sábado, 2 de octubre de 2010

De VUELOS Y OTROS AMBITOS.

En un ejercicio de libertad atemperado por la melancolía,viajo por la arena con Perla y Pirata a mi costado.
 Me reconozco en esa especie de soledad que preside el atardecer.
Es la primera vez desde que regresé que llego al infinito.
Río un poco con el desconcierto de mis perros.
A su manera, son tan viejos y están tan solos como yo, en este momento. La larguísima playa nos produce un cierto estupor.
Nos miramos de reojo sentados los tres en la arena.
No sabemos muy bien qué hacer.
No tenemos práctica.
No importa. Seguramente aprenderemos.
En mi hombro derecho un duende se sonríe y me dice despacio: “gracias por quemar el último vuelo de mi amigo el mirlo.
El aire va a permitir que vuele eternamente.”
Yo a mi vez me sonrío y mientras beso la cabezota de Perla y aprieto fuertemente el cuello de Pirata, le contesto: sólo el aire es dueño del vuelo de los pájaros.
Volvemos cansados, silenciosos.
Nos une algo más a partir de este paseo.
Cosa de viejo, supongo, pero amo a mis perros.

Casa del pez que ríe en las cornisas.
Leo Antunez1 comentarios Enlaces a esta entrada
Suena una música distante
y acaricio el mar amigo
con ojos que no me pertenecen.
Viajo hasta el horizonte con las alas de un mirlo.
Escribo en el aire palabras que no existen.
Suena una música distante
que se apodera de mí, que me ilumina.
Elevo un puñado de arena al aire que alimenta
el baile de los árboles dormidos.
Viajo hasta el horizonte con los ojos de un águila de piedra.
Siembro una promesa junto al mar que la lleva
hasta la próxima semilla de certeza.
Y sé que hasta alcanzar la meta prometida
quedará poco tiempo ya, en mis manos.
Pero sucederá la vida en los espejos.
Y sonarán las voces pobladas de recuerdos
que envolverán momentos inauditos.
Voces que cantarán su nombre ante el misterio
del horizonte alcanzado más allá del olvido.




(Había un pájaro muerto con los ojos abiertos, y no tuve más remedio que quemar su último vuelo.)

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